Cuando la conocí aún sus ojos eran infinitos de universo
cultivaban verdes ambarinos
flor de su calidez africana.
Rebosante de deliciosa infancia
jugueteaba y corría.
Rodeada de vibrantes risas,
impregnada en ellas,
se mantenía ignorante
de su vida carente.
Creció casi de golpe,
al trote,
sin tiempos ni etiquetas
sin épocas ni pausas.
Incipiente la adolescencia en sus pasos
fue madre de sus hermanas,
sin pedirlo la suya
encontró la muerte
a culata de escopeta
Sabe que tiene hambre
porque lloran las pequeñas.
Sabe que tiene sed
porque se le secan los labios.
Sabe que tiene miedo
porque le tiembla el pensamiento.
Día tras día anda sin parar,
busca al mirar
y para en cualquier lugar
para llorar a sus propios muertos.
Suplica al cielo oscuro que se niega a despertar
pide comida o pide muerte,
pide final.
Los ojos llenos de ver nacer
para morir de inmediato
siguen en su grandeza
recordándome mi vergüenza.